Una ciudad cansada de los mismos nombres
La ciudadanía habló en las urnas con una claridad que no admite interpretaciones: no quiere volver al pasado. Ese mensaje, contundente y reiterado, debería bastar para que muchos dirigentes del peronismo entrerriano comprendan que la sociedad ya no tolera la impunidad, la improvisación ni los privilegios heredados de una política desconectada de la realidad. En Concordia —una de las ciudades más castigadas por la pobreza estructural—, el voto popular fue una advertencia directa al corazón del peronismo provincial. Décadas de gestión bajo el sello del Partido Justicialista dejaron una herencia social que parece no tener fondo: desempleo, clientelismo, servicios colapsados y una economía local que sobrevive más por la asistencia del Estado que por su capacidad productiva.
La pobreza estructural como herencia política
Concordia no llegó sola al podio de las ciudades más pobres del país. Fue el resultado de una sucesión de gestiones peronistas, tanto municipales como provinciales, que usaron el discurso de la “justicia social” para encubrir una estructura política de supervivencia. Durante años, los gobiernos locales encabezados por Enrique Cresto y su padre, Juan Carlos Cresto, se concentraron más en consolidar espacios de poder que en generar oportunidades reales. Mientras tanto, el exgobernador Gustavo Bordet transitó sus dos mandatos prometiendo desarrollo, pero dejando como legado una provincia endeudada, empobrecida y con serias dudas sobre la transparencia de su patrimonio personal. Hoy, mientras los números de pobreza se estancan y las inversiones productivas brillan por su ausencia, los dirigentes que gobernaron el último tramo de la historia entrerriana se muestran ajenos a la responsabilidad. Se victimizan, se dividen en internas, pero ninguno asume los errores que llevaron a Entre Ríos a su actual deterioro económico y político.
Internas sin rumbo y una sociedad sin paciencia
En Concordia, un nuevo capítulo se abre dentro del peronismo: jóvenes ligados al sector Crestista estarían impulsando un intento de desplazamiento de la actual conducción partidaria. El movimiento, lejos de representar una renovación, parece una maniobra más para perpetuar el mismo modelo bajo otras formas. Viejas estructuras con rostros nuevos, sin autocrítica ni capacidad de transformación. En este contexto, la convocatoria para el próximo sábado 8 de noviembre aparece motorizada por estos mismos dirigentes que ya no pueden aparecer públicamente por el desprecio que se ganaron entre los propios militantes, a quienes ahora pretenden empujar maliciosamente, aprovechándose de su innegable sed de participación en la cosa pública. Mientras tanto, el discurso de unidad y “felicidad del pueblo” suena vacío en una ciudad donde la mitad de la población vive bajo la línea de pobreza y los indicadores sociales siguen estancados. No hay felicidad posible donde no hay dignidad, y no hay dignidad cuando la política se aferra a los cargos en lugar de rendir cuentas.

El silencio de Bordet y la desconfianza creciente
En paralelo, el exgobernador Gustavo Bordet enfrenta crecientes cuestionamientos sobre su actual patrimonio y su rol político dentro del peronismo provincial. Alejado de los grandes focos mediáticos, intenta conservar una imagen de moderación y equilibrio, aunque su paso por la gestión dejó más sombras que certezas. Durante años, Bordet construyó un poder silencioso, apoyado en acuerdos con los sectores más conservadores del PJ, mientras la infraestructura provincial se degradaba y la pobreza avanzaba incluso en los departamentos históricamente productivos. Hoy, con los libertarios creciendo en cada ciudad y los ciudadanos reclamando transparencia, el silencio de Bordet pesa tanto como su legado de promesas incumplidas.
Un ciclo que se termina
El peronismo entrerriano vive una crisis de identidad. Sus dirigentes hablan de “autocrítica” y “renovación”, pero siguen repitiendo los mismos nombres, los mismos discursos y los mismos errores. El mensaje de las urnas fue claro: la gente no quiere más relatos, quiere resultados. Concordia y Entre Ríos necesitan una dirigencia que entienda que la política no es herencia familiar ni refugio económico, sino un servicio público. Y que la verdadera renovación no se declama: se demuestra con transparencia, trabajo y coherencia.
Conclusión
Entre Ríos no necesita una discusión interna del peronismo: necesita una reconstrucción moral y económica de toda su clase dirigente. Hasta que eso no ocurra, seguirán los mismos apellidos, las mismas promesas y la misma pobreza.
Redacción AM para https://www.analisislitoral.com.ar/



