De los tanques de China a las narcolanchas de Maduro: un nuevo orden mundial en construcción

El desfile militar de Xi Jinping en China, que tuvo como invitados a Putin y Kim Jong-un, es una de las mayores muestras de poder de Oriente hacia Occidente.

La reconfiguración del orden mundial a la que estamos asistiendo desde hace años —de la que venimos escribiendo acá— se aceleró dramáticamente esta semana con dos escenas que serán recordadas durante mucho tiempo. Ambas sucedieron en China y tienen el mismo protagonista: Xi Jinping.

Xi respondió de forma implacable después de nueve meses de silencio ante los embates de Donald Trump en su afán de revertir el declive del poder global estadounidense.

El marco de la primera escena fue la cumbre número 25 de la Organización de Cooperación de Shanghái (SCO), realizada en Tianjin, cerca de Pekín. Más allá de la presencia habitual de la decena de países miembros, observadores e invitados, lo verdaderamente potente fue que Xi Jinping logró juntar a Vladimir Putin y a Narendra Modi, quien llevaba siete años sin pisar suelo chino. La imagen del primer ministro indio tomando de la mano al dictador ruso para ir al encuentro del anfitrión fue un mensaje directo a Occidente, en particular a Estados Unidos.

Una mesa para cinco… o para cuatro

Si hablamos de potencias en términos de poderío económico, geopolítico y militar, la cuenta llega hasta cinco. Dos son occidentales: Estados Unidos —que era la única superpotencia hasta hace poco— y Europa, que viene haciendo todo lo posible por perder influencia y caerse de la silla. Las otras tres vienen de Oriente: China —que ya se convirtió en una superpotencia—, Rusia —que, más allá de su declive económico, sigue teniendo el mayor arsenal nuclear del planeta— e India, que está en pleno ascenso —ya es el país más poblado del mundo con 1.400 millones de habitantes, está entre las cinco economías más grandes y, según todas las proyecciones, será la tercera en una década—.

Pero con Europa sin juego propio, por su estancamiento económico y sus crisis políticas, sociales y culturales, la representación de Occidente se está reduciendo a Estados Unidos. Entonces, en un tablero geopolítico de cinco jugadores —que empieza a ser de cuatro—, hay tres que están empezando a jugar en equipo.

El mensaje de la cumbre Xi–Putin–Modi es claro: “Podemos prescindir de Occidente”. Más aún: “Estamos construyendo un nuevo orden mundial prescindiendo de Occidente”. Los BRICS ampliados serían el vehículo de ese experimento, que explica las limitaciones que tienen hoy Estados Unidos y Europa para imponer condiciones en la escena global.

Rusia puede mantener su guerra contra Ucrania sin mayores sobresaltos a pesar de las sanciones, porque hoy vende a China y a India lo que antes colocaba en Europa: desde gas y petróleo hasta fertilizantes. Al mismo tiempo, India acepta el castigo de una suba de aranceles al 50 % por parte de Estados Unidos porque encuentra en Asia un mercado gigantesco que le permitirá asimilar el golpe. Uno que Modi está dispuesto a pagar por orgullo nacional y proyección de poder personal. Por eso dicen que ni siquiera le quiere atender el teléfono a Trump para sentarse a negociar.

Este nuevo orden en construcción es uno en el que los organismos multilaterales hechos a imagen y semejanza de Occidente —con su consiguiente énfasis en democracia y derechos humanos— van a perder peso. Y eso incluye también al orden financiero global, donde es muy posible que el dólar pierda su lugar como moneda de cambio y reserva de valor mundial. Xi, Putin y Modi vienen trabajando en mecanismos alternativos —como un banco de desarrollo de la SCO, que seguiría los pasos de los BRICS—.

La desdolarización ya está en marcha. La participación del dólar en las reservas internacionales ronda hoy el 57 %, cuando en 2001 era del 72 %. En dos décadas, pero sobre todo en los últimos cinco años, cayó 15 puntos. Seguramente le queden algunas décadas de primacía al dólar, pero su desplazamiento empieza a parecer inevitable. Y si el dólar pierde peso, se erosiona el poder de Estados Unidos.

Un desfile sin precedentes

La segunda escena desarrollada en China fue el impactante desfile militar por los 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial —que, para China, es el final de la guerra sino-japonesa—. Más de 12.000 uniformados y cientos de aviones, drones y misiles balísticos —incluso algunos intercontinentales—. Dos horas de una coreografía perfectamente sincronizada, sin errores. El mensaje: disciplina, coordinación, capacidad de acción colectiva de una sociedad que convierte a cada individuo en pieza de una maquinaria organizada.

Es el resultado de muchas décadas de un régimen totalitario, donde el ciudadano se subordina por completo al Estado, en una cultura en la que el individuo se disuelve en los distintos colectivos sociales, desde la familia hasta el partido político. Xi, vestido con el atuendo característico de Mao Zedong —no con el traje que usa habitualmente—, pasó revista de las tropas como un emperador moderno, en una imagen de una potencia pocas veces vista en estos tiempos. Demostró capacidad militar y tecnológica pero, principalmente, poder de organización.

Trump daría lo que no tiene a cambio de un desfile así. No hay dudas de que fue el principal destinatario. No solo por el despliegue. También por los invitados. En primera fila, a sus costados, estaban Putin y Kim Jong-un, el dictador norcoreano, recibido con todos los honores posibles.

Si la escena con India apuntó a una alianza económico-comercial, la foto con Rusia y Corea del Norte sugiere una alianza de otra naturaleza: militar y estratégica. Otra señal al oeste: los líderes que ustedes quieren convertir en parias son tratados aquí como socios.

Lo que muestran estas dos escenas es algo totalmente nuevo. Hace 10, 20 o 30 años, Rusia, China e India estaban enfrentadas o en abierta competencia. Por hegemonía regional o por disputas territoriales. Hoy, esas diferencias quedan en suspenso porque perciben a Occidente debilitado, desorientado y, aun así, desafiante. Por eso consideran que es el momento de actuar de forma coordinada.

Trump, que de poder entiende mucho, vio las dos horas de desfile y escribió en Truth, su red social: “¡Que el presidente Xi y el maravilloso pueblo de China tengan un gran y duradero día de celebración! Por favor, den mis más cálidos saludos a Vladimir Putin y Kim Jong-un mientras conspiran contra Estados Unidos”.

Ucrania y los límites del poder occidental

En este contexto se entiende por qué no avanza el intento de Trump de forzar una tregua entre Rusia y Ucrania. Putin tiene pocos incentivos: siente que militarmente lleva ventaja y que puede convivir con sanciones que Europa y Estados Unidos no logran tornar decisivas.

Del otro lado, cuenta con potencias grandes dispuestas a sostenerlo: China e India en el campo económico y Corea del Norte en el militar. Así, el esfuerzo diplomático se estanca y obliga a la Casa Blanca a alternar entre promesas de acuerdos que no se cumplen y amenazas de sanciones que tampoco se materializan. A tres semanas de la cumbre de Alaska, Trump volvió a mostrarse decepcionado con Putin y a amenazar con medidas en las que pocos creen.

Por su parte, Europa discute pasos que suenan temerarios —como el envío de tropas como misión de paz—, pero que son impracticables por muchas razones. Al mismo tiempo, está corroída por una crisis interna muy profunda. Ese desgaste se ve en asuntos cotidianos, como la imposibilidad de lidiar con los problemas que le ha traído la inmigración masiva y el fracaso del proyecto de integración multicultural.

Israel, Gaza y el giro de Occidente

Lo que pasa en Medio Oriente es parte del mismo cuadro: Europa presiona cada vez más a Israel y frustra cualquier salida que no implique una victoria para Hamas, como se volvió a ver esta semana en la que se cumplieron 700 días del horror del 7 de octubre que desató una guerra infernal en Gaza: 700 días en los que 48 rehenes continúan secuestrados por Hamas.

Marco Rubio, el secretario de Estado de Trump, contó que semanas atrás, los terroristas se levantaron de la mesa de negociación con Israel luego de que Emmanuel Macron anunciara que iba a reconocer a Palestina como un Estado para presionar a Israel.

Trump trata de apoyar el intento de Netanyahu de que se llegue a un acuerdo que permita la liberación de los cautivos sin darle demasiado espacio a Hamas. “Díganle que devuelva inmediatamente a los 20 rehenes —que no sean 2 ni 5 ni 7— y las cosas cambiarán rápidamente y esto terminará”, escribió en Truth. Por ahora eso no alcanza.

América Latina, donde EE. UU. busca afirmarse

Ante los límites que encuentra en Eurasia, Trump intenta reafirmar su liderazgo en su hemisferio. Pero incluso en América Latina enfrenta obstáculos. Pese a las presiones de Washington —incluido el arancel del 50 % para defender a Jair Bolsonaro—, el Supremo Tribunal Federal de Brasil avanzó con el tramo final del juicio contra el expresidente por presunto intento de golpe de Estado.

Bolsonaro está imputado junto a siete exfuncionarios y miembros de las Fuerzas Armadas por haber conspirado, tras las elecciones de octubre de 2022, para desconocer el resultado, declarar una emergencia y frenar la asunción de Lula.

El caso lo lleva la Primera Sala del STF, compuesta por cinco jueces. La preside Cristiano Zanin, exabogado de Lula, a quien el presidente nombró ni bien asumió su tercer mandato. Entre los otros jueces está Flávio Dino, exministro de Justicia de Lula. Y a ellos se suman Luiz Fux —nombrado por Lula en su segundo mandato— y Cármen Lúcia —puesta allí por Dilma Rousseff—.

El único no designado por el PT es Alexandre de Moraes. Da la casualidad de que es el principal impulsor del caso y un enemigo declarado de Bolsonaro desde 2020. Con esa composición, la condena parece cantada y podría llegar hasta 43 años de cárcel. La resolución se conocerá esta semana. El Congreso, dominado por la casta política brasileña, evalúa una amnistía para Bolsonaro para evitar que siga creciendo la tensión con Estados Unidos.

Venezuela, la gran apuesta

Este repaso explica por qué Trump concentra sus cañones en Venezuela. El despliegue naval en el Caribe Sur, que incluye ocho buques, un submarino nuclear, aviones espía y más de 2.000 marines preparados para una eventual invasión, dio su primer golpe: un ataque a una lancha rápida que supuestamente trasladaba droga, con 11 integrantes a bordo vinculados al Tren de Aragua, la banda surgida en la cárcel de Tocorón, en el estado de Aragua, y expandida luego por la región. Ese grupo creció al calor del régimen y fue usado como instrumento para perseguir disidentes en distintos países.

No será el último ataque, dijo Pete Hegseth, titular del recién renombrado Departamento de Guerra. “Maduro debería estar realmente preocupado”, agregó.

Marco Rubio, secretario de Estado y asesor de seguridad nacional, recordó que es un prófugo de la justicia estadounidense, líder de un cartel narcoterrorista que controla el territorio venezolano. Fue al terminar una gira por México y Ecuador en busca de apoyos en su guerra contra los carteles. En esa misma conferencia dijo que dispararle a una lancha e impedir la llegada de un cargamento de droga no alcanza. “Vamos a tener que hacer mucho más”, fue el mensaje. ¿Qué es “mucho más”? Desde un bloqueo naval al régimen hasta ataques dentro de Venezuela contra centros de almacenamiento o entrenamiento, o contra miembros de esos carteles que también son funcionarios.

Pero el régimen no se amilana. Hasta parece dispuesto a subir la apuesta, como lo reveló la decisión de enviar a dos aviones cazabombarderos F-16, de fabricación estadounidense, a sobrevolar uno de los buques que se encontraba en aguas internacionales. El Pentágono reaccionó desplegando diez F-35 en Puerto Rico para ampliar la capacidad operativa. Trump les dio el viernes autorización para derribar aviones venezolanos en caso de que repitan la maniobra.

Trump está jugando fuerte. Es posible que se vea obligado a subir la apuesta cada vez más para incrementar la presión contra Maduro. Si después de todo este despliegue el dictador se mantiene en el poder junto a la estructura criminal que comanda Diosdado Cabello, su avanzada habrá sido un fracaso. Uno que no se puede permitir si quiere convencer al mundo de que Estados Unidos no está en un declive de poder irreversible.