Periodismo mercenario: cuando la mala intención se convierte en regla

En un país donde la corrupción, la desidia y el despilfarro sistemático de recursos públicos dejaron una realidad acuciante, ciertos sectores del periodismo parecen haberse convertido en meros instrumentos de la política tradicional, incapaces de analizar con objetividad los desafíos de quienes intentan organizar lo que durante décadas estuvo desordenado. La derrota electoral en Buenos Aires, la gestión económica de Javier Milei y las decisiones del ministro Luis Caputo revelan no solo las tensiones propias de cualquier gobierno, sino también la predisposición de muchos medios a fagocitar cualquier iniciativa seria, atacando más con mala intención que con argumentos.

El ministro de Economía afirmó recientemente que “en 2027 la opción es esto o el comunismo”, evocando un discurso de alarma que más que informar, siembra miedo entre empresarios y ciudadanos. Esta exageración mediática, replicada por numerosos periodistas, refleja un periodismo que se alimenta del conflicto y la polarización, antes que de la verdad. Las palabras de Caputo, en línea con los insultos previos del propio presidente hacia Axel Kicillof, revelan que buena parte de la cobertura mediática prioriza el sensacionalismo y la caricatura política sobre el análisis serio de la realidad.

La misma lógica se observa en la cobertura de las decisiones económicas recientes: suben las tasas, bajan las tasas, regulan el tipo de cambio, intervienen, liberan, retroceden, anuncian medidas que luego desmienten. Cada paso del gobierno se interpreta como un fracaso o una inconsistencia, mientras los medios olvidan que Argentina inicia desde una base de desequilibrio extremo. Lo que debería ser un análisis ponderado de estrategias económicas se convierte en un relato simplista, malintencionado y sensacionalista.

Este periodismo mercenario sigue un patrón histórico: calló durante décadas frente a la corrupción, miró para otro lado cuando los recursos se despilfarraban, y hoy exhibe un aire destituyente ante cualquier intento de reorganización. Se erigen en jueces morales, sin asumir que el país ha estado en condiciones paupérrimas, y que señalar errores de quienes intentan corregirlos sin entender el contexto es, en sí mismo, antidemocrático.

El efecto de esta cobertura es doble: primero, desinforma a la sociedad, generando miedo y confusión; segundo, debilita las iniciativas de un gobierno que, a pesar de sus contradicciones y errores, intenta reconstruir un país que muchos dejaron en ruinas. La mala intención de estos periodistas no solo es ética y profesionalmente cuestionable: debería ser señalada, y por qué no, sometida al escrutinio de la justicia cuando se prueba que socava deliberadamente la democracia.

La política argentina no necesita héroes ficticios ni relatos de victimización. Necesita debate serio, información objetiva y crítica fundada. Sin embargo, mientras algunos medios sigan privilegiando la inquina y la simplificación, la sociedad argentina continuará siendo rehén de un periodismo mercenario que prefiere morir con las botas puestas en la intoxicación mediática antes que asumir su responsabilidad histórica frente a los ciudadanos.

En medio de esta dinámica, las elecciones recientes dejan una enseñanza clara: la manipulación mediática puede amplificar cualquier contradicción, pero no reemplaza la realidad de los hechos. Milei y Caputo enfrentan un desafío monumental: reconstruir relaciones dañadas, recomponer equipos creíbles y generar confianza en un país que necesita medidas efectivas y comunicación transparente. Los medios, en cambio, parecen empeñados en construir narrativas heroicas o catastróficas según conveniencia, ignorando que la verdad es mucho más compleja y requiere responsabilidad.

Mientras tanto, la sociedad observa cómo ciertos periodistas y políticos de aires destituyentes actúan como voceros de la alarma constante, sin ofrecer soluciones ni contextos que permitan entender la magnitud de los problemas. La falta de análisis serio y la mala intención mediática alimentan la polarización, la desconfianza y la sensación de caos, cuando en realidad se podrían construir debates racionales sobre políticas concretas y reformas necesarias para el país.

La pregunta final es inevitable: ¿hasta cuándo permanecerá impune un periodismo que prioriza la ficción, la victimización y el sensacionalismo por sobre la información veraz y el interés público? La Argentina no puede permitirse un periodismo mercenario que contribuye a la inestabilidad y al descreimiento, mientras quienes intentan enderezar la nave son devorados por la mala fe de la prensa y la indiferencia de una clase política acostumbrada a mirar para otro lado. https://www.analisislitoral.com.ar/