En el folclore político argentino hay escenas que se repiten como un loop eterno: dirigentes que trepan a un cargo gracias a una boleta y, apenas se sientan en la banca, descubren que el partido que los llevó es un espanto, que los votantes fueron ingenuos y que en realidad ellos siempre tuvieron “la razón”. El caso de Liliana Salinas, diputada provincial por Concordia, es casi de manual.
Porque si hay algo que la señora no tuvo jamás fue experiencia política. Pero eso no impidió que se subiera a la ola de La Libertad Avanza, jurara lealtad al espacio, cosechara votos libertarios y, apenas asumió, pateara el tablero. Hoy, con una liviandad que sorprende, acusa a los candidatos del propio Milei de ser “arrogantes y sin experiencia”. ¿Perdón? ¿No era justamente esa la descripción que mejor calzaba en su propio espejo?
Más jugoso aún: mientras señala con dedo acusador a quienes —según ella— no representan al “verdadero” liberalismo, la diputada carga con un pequeño detalle doméstico que se volvió público en Concordia: lleva un año sin pagar el alquiler de la vivienda que ocupaba. Sí, la misma que usaba para presentarse como “vecina común” que llegaba a la política para cambiar las cosas. La política como sacrificio, pero el alquiler, que lo pague otro.
Salinas se da ahora el lujo de aleccionar a Javier Milei, a Karina y a los armadores de listas sobre qué significa ser libertario. Todo un chiste para quienes recuerdan que, hasta hace poco, la flamante diputada era una ignota sin estructura, sin votos propios y sin historia previa en la rosca. Fue la ola mileísta la que la catapultó. Y ahora, con el traje puesto, juega a ser fiscal de la pureza ideológica.
En sus declaraciones, la diputada reparte sermones: critica audios, denuncia arrogancias, habla de errores de comunicación y hasta se permite advertir que en política “los errores se pagan caro”. Quizás el inconsciente le jugó una mala pasada: porque si hay alguien que está acumulando un pasivo político importante, es ella misma.
Lo tragicómico es que Salinas se presenta como víctima de un espacio que “no escucha, que solo quiere obsecuentes”. Pero olvida un dato: fue justamente esa ola de supuestos “inexpertos” la que le permitió entrar a la Legislatura. ¿O acaso los concordienses votaron su nombre porque la consideraban una figura probada y con trayectoria? Difícil creerlo.
La diputada que no paga el alquiler ni respeta a sus votantes hoy intenta construir capital político a base de traición, ingratitud y oportunismo. Una mezcla peligrosa, aunque no novedosa en nuestra provincia. Si algo sobra en la política entrerriana son dirigentes que mordieron la mano que les dio de comer.
La diferencia, quizá, es que pocos lo hicieron con tanto descaro.