Veinte años no es nada, pero cuatro fueron los necesarios para destruir un país

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Desde la década de los ’40, en Argentina sólo dos actores han gobernado casi continuamente: Los militares y el peronismo. Estos últimos han surgido en diversas formas y colores, siendo el kirchnerismo la última y más vulgar de sus versiones.

Hasta los años 30 la Argentina era una potencia mundial, con un sistema educativo admirable: fue uno de los primeros países en el mundo de acabar con el analfabetismo, también era considerado el “granero del mundo” y estaba entre los 10 países más ricos, con una calidad de vida muy superior a la europea. Era tal el esplendor de la Argentina que llegó a ser un acreedor internacional (le prestaba plata al mundo). Todo esto cambia el 42 tras la asunción al poder del Presidente Castillo, delfín de Ortíz, acusado de participar en un fraude electoral.

En este convulsionado escenario, irrumpen los militares en el poder por medio de un golpe de Estado, y con ellos la figura del militar argentino Juan Domingo Perón, quien había sido destinado como agregado militar en Italia, conociendo allí el fascismo y las estrategias políticas de Mussolini, que abiertamente admiraba.Esto sería clave en el ascenso de Perón, especialmente cuando en 1945 la cúpula militar que gobernaba la Argentina le pide dejar el Gobierno, entre otros, debido al ruido que generan sus amplios lazos con los sindicatos.

Tras quitar a Perón sus cargos, él logra despedirse del pueblo en una cadena radial donde señala su duda sobre la mantención de los los beneficios sociales existentes, maniobra que hasta el día de hoy da jugosos frutos al peronismo. Con esta jugada, Perón logró el apoyo de los sindicatos quienes, tras su detención, se movilizaron en gran número para pedir su libertad y su participación en las elecciones presidenciales del año siguiente. Las masas entran en a la política argentina, empujadas por el miedo a perder sus recién adquiridos derechos.

El caudillo ganó las elecciones y, una vez en el Gobierno, para cuidar el apoyo de los sindicatos mantuvo diversos servicios bajo su costo real, además, contrató mucha gente en el Estado. ¿Cómo financió este tremendo gasto público? Emitió divisa, cuestión que desde aquí veremos muchas veces en la historia moderna de Argentina, lo que dispara la inflación. ¿A quien culpó Perón? A los especuladores, cuestión que desde aquí también veremos muchas veces en la historia moderna de Argentina, y para “solucionarlo” reguló todos los precios, cuestión generó aún menos competencia y acceso a los bienes.

El ABC de los gobiernos populistas siempre incluirá una reforma constitucional, en la de Perón destacan dos cuestiones: La posibilidad de reelegirse como presidente, y que el Estado debe ser el pilar de la sociedad, por tanto, ya no es el Estado el que está al servicio del hombre, sino que el hombre es quien está al servicio del Estado.

Así, el peronismo se transformó en una pseudo religión, como un equipo de fútbol con barra brava incluida, que acepta la corrupción, la violencia y el chantaje como medios legítimos para acceder al poder, gobernar y desestabilizar gobiernos de la oposición. Este movimiento político se sustenta en dos premisas: El Estado debe ser intervencionista, y el gasto público debe ser gigante. Los eslóganes que utiliza son: la soberanía política, la independencia económica, y la justicia social. Podríamos resumir diciendo que usan las emociones de muchos para mantener los intereses de pocos.

Desde la década de los 40, en Argentina sólo dos actores han gobernado casi continuamente: Los militares y el peronismo. Estos últimos han surgido en diversas formas y colores, siendo el kirchnerismo la última y más vulgar de sus versiones.

El 2015, Cristina Fernández concluyó un ciclo de 12 años del llamado kirchnerismo al mando del ejecutivo. La expresidenta tiene varios logros a su cuenta: Declararse autócrata, pero sólo tras pedir y recibir inversión extranjera; emitir divisas indiscriminadamente para hacer frente a su programa de Gobierno que expandía otra vez el gasto público, generando inflación vertiginosa; aumentar los impuestos a la industria agrícola, estancándola; fijar el cambio unilateralmente a través de continuos Decretos de Necesidad y Urgencia, generando un cambio informal que a su vez potenciaron aún más la inflación.

Aún con todas las dudas que generaba el gobierno de Mauricio Macri, no podemos hacer vista gorda al país que recibió del peronismo. Un Estado destruido socialmente y con una imagen país por el suelo. Todo esto nos grafica la tragedia que el peronismo ha resultado para la Argentina, y aún no hablamos de La Cámpora, de los piqueteros, del caso Nisman, y por su puesto de la SUPER corrupción de sus gestiones y gestores.

Hicieron pedazo un país, solo para beneficiar a un sector minoritario en contra de las mayorías. Porque el último proceso K gobernó con ideas de minorias para imponerselas a las mayorías y he aquí los resultados, casi 200% de inflación en el último año; una devaluación del peso con relación al dólar en un 500% al dólar oficial y más del 1000% si tomamos el Blue.

La pobreza es casi igual a los guarismos del 2001, un 50% y una destrucción educativa y cultural sin parangón.

La desocupación es la misma que de hace 22 años, un 25%, porque debemos tomar como desocupados a los beneficiarios de planes sociales.

O sea el país con 12 años de kirchnerismo las cosas no fue nada bien. Sacamos de contexto el gobierno de Néstor Kirchner, porque fue uno de los pocos que tenía un plan industrialista y de ascenso social.

Haber elegido a Massa como Candidato a Presidente fue el peor error del Peronismo. No era el indicado para las elecciones pasadas. Era como si Alfonsín hubiese elegido a Juan Vital Sourrouille para las elecciones del 14 de Mayo de 1989 en pleno proceso de Hiperinflación.

Nunca más estás decisiones que le han hecho muy mal al Peronismo en su conjunto.

El 10 de diciembre de 2023 Terminaron cuatro años de un pésimo gobierno, que hundió a la Argentina en una crisis descomunal, triplicando la inflación y sumiendo a casi la mitad de la población en la pobreza

Lo único para celebrar en el fin del mandato presidencial de Alberto Fernández es precisamente eso: que por fin termina.

No ha sido un jefe de Estado real, sino formal, atado a los manejos, o mejor dicho desmanejos, de su mentora, Cristina Kirchner, quien le ha organizado el gabinete y enmendado la plana en público y en privado en infinidad de ocasiones. Cuando las crisis se profundizan –y la nuestra hace mucho que horada el fondo del precipicio–, se necesita más que nunca un mandatario fortalecido. En su lugar, asistimos a la caricatura de un lamentable “despoder”.

Entre las tantas insensateces cometidas, ha quedado en evidencia que, a pesar de su condición de profesor de derecho e hijo de un juez –de lo que se vanagloria–, cometió los peores atropellos contra la Justicia. Ignoró la división de poderes que debe primar en una república: despreció el Estado de Derecho y abjuró de la Constitución nacional. Llegó incluso a nombrar públicamente, con nombre y apellido, a jueces y fiscales que no dictaminaron como a él le hubiera gustado para garantizar la impunidad de Cristina Kirchner.

Demostró una mediocridad basada fuertemente en el pago de favores y sustentada en la imposición de la vicepresidenta, que no se privó de decir que había funcionarios que no funcionaban cuando, en rigor, no le respondían.

Junto a ella, creó comisiones para atacar a la Justicia, intentó socavar la designación del procurador general de la Nación y ampliar el número de jueces de la Corte, sumándose incluso a la aberración institucional llevada adelante por el kirchnerismo en el Congreso, una verdadera caza de brujas, para enjuiciar políticamente, sin fundamento alguno, a los miembros del más alto tribunal.

La desgracia Argentina tuvo, tiene y tendrá nombre y apellido.

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