En todo el país prevaleció la cordura. No fue una elección más, sino un punto de inflexión en la conciencia colectiva. Después de años de frustraciones, relatos vacíos y decadencia institucional, la sociedad argentina decidió dar un golpe sobre la mesa. Le dijo “basta” al kirchnerismo y a las estructuras del viejo poder. Por primera vez en mucho tiempo, una mayoría comprendió que acompañar una idea es más poderoso que sostener un aparato. Que el cambio no se decreta: se construye con convicción y con votos.
Contra todos los pronósticos, La Libertad Avanza obtuvo un triunfo histórico en las elecciones legislativas de medio término, cosechando más del 40% de los votos en todo el país. No solo desarticuló la supuesta “tercera vía” de Provincias Unidas, sino que además le propinó una derrota contundente al kirchnerismo en su propio bastión: la provincia de Buenos Aires. Con el 95% de las mesas escrutadas, el espacio libertario alcanzó el 40,81% a nivel nacional, mientras que el panperonismo, con múltiples sellos, se derrumbó al 31,6%.
El impacto político fue inmediato. El oficialismo se impuso en dieciséis provincias, entre ellas Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Mendoza y Entre Ríos, marcando un mapa que hasta hace poco parecía impensado. El batacazo en Buenos Aires, donde Diego Santilli logró revertir la derrota de septiembre con un 41,53% sobre el 40,84% de Fuerza Patria, simbolizó el cambio de clima político. En la elección de senadores, el libertarismo también dio un salto: triunfó en seis de las ocho provincias en disputa —CABA, Chaco, Entre Ríos, Neuquén, Santa Fe y Tierra del Fuego— y garantizó equilibrio en la Cámara Alta.
Más allá de los números, lo que se impuso fue una idea de país. Los electores comprendieron que el cambio no es un eslogan, sino una necesidad impostergable. Que no hay futuro posible en la resignación. Que la prosperidad no se construye con subsidios ni privilegios, sino con esfuerzo, competencia y libertad.
El fin del miedo y del relato
Durante años, el kirchnerismo construyó un relato basado en la división, la victimización y el control del Estado como herramienta de poder. Un sistema que convertía al ciudadano en súbdito y al mérito en sospecha. Pero ese modelo empezó a resquebrajarse cuando la sociedad vio el contraste entre la opulencia de sus líderes y la pobreza creciente de sus barrios.
Ver a una ex presidenta condenada por corrupción bailando en un balcón fue, quizás, la imagen más simbólica de la desconexión con la realidad. Una burla a los millones que trabajan, pagan impuestos y todavía esperan que el Estado los respete. No fue un acto político: fue una provocación a la decencia.
El voto del domingo fue también una respuesta a eso. A la impunidad, a la mentira, al cinismo de quienes durante décadas se apropiaron del país mientras hablaban en nombre del “pueblo”. El mensaje fue claro: el pueblo no son ellos.
Un llamado a la justicia y a la responsabilidad institucional
El resultado electoral lleva implícito un segundo mensaje, quizás el más profundo: la justicia debe estar a la altura del momento histórico. La sociedad exige que los jueces actúen con independencia, coraje y resultados. Que abandonen la tibieza funcional y asuman su papel republicano con la misma exigencia que se demanda a cualquier empresa o gobierno.
En Argentina, durante demasiado tiempo, la ineficiencia judicial fue tolerada como una anomalía estructural. Pero el país no puede seguir siendo rehén de un poder que ni investiga ni resuelve. Si los jueces no garantizan justicia, garantizan impunidad. Y sin justicia, no hay república posible.
Por eso, este voto también interpela al sistema judicial: el ciudadano exige resultados. Un juez que no cumple su función debe dejar su lugar, como ocurre en cualquier institución moderna. La sociedad está reclamando un cambio cultural donde el mérito, la responsabilidad y la transparencia sean la norma, no la excepción.
El desafío del poder: gobernar sin repetir los errores del pasado
La Libertad Avanza se enfrenta ahora a un reto monumental. Haber ganado es apenas el comienzo. El verdadero desafío será gobernar sin repetir los errores del viejo sistema político: sin soberbia, sin personalismos, sin desconexión con la realidad. El voto fue de confianza, pero también de advertencia: el cambio se sostiene solo si mejora la vida cotidiana de los argentinos.
El país demanda un gobierno que actúe con racionalidad y coraje. Que se anime a reformar lo que durante décadas fue intocable. Que intervenga donde la república está en riesgo, como en la provincia de Formosa, convertida en un feudo de poder y una puerta de entrada del narcotráfico. Allí, donde los derechos humanos se invocan pero no se respetan, el Estado nacional tiene la obligación de actuar.
El cambio real comienza cuando las instituciones dejan de ser refugios del privilegio y se convierten en herramientas del bien común.
La oportunidad de empezar de nuevo
La jornada electoral del 26 de octubre no solo modificó un mapa político: modificó el ánimo del país. Por primera vez en años, la esperanza superó al miedo. La gente votó con convicción, con coraje y con memoria. Decidió abandonar la queja para abrazar una idea.
Esa es la victoria más profunda: la del sentido común sobre la demagogia. La de la ciudadanía sobre la corporación política. La de la libertad sobre el relato.
Argentina, una vez más, tiene la oportunidad de empezar de nuevo. De hacer del Estado una herramienta de crecimiento y no de sometimiento. De construir una república de ciudadanos, no de clientes.
El país habló con contundencia. Ahora le toca a la dirigencia estar a la altura de ese mandato. Porque esta elección no fue solo un “basta”: fue un “empecemos de nuevo”, con la esperanza intacta y la decisión de no volver atrás.
Por : Alejandro Monzón para https://www.analisislitoral.com.ar/

