Por Dani Lerer
Lo que estamos viendo no es una escalada. Es un cambio de era. Israel, ese país minúsculo en tamaño pero colosal en inteligencia, estrategia y moral de combate, está demoliendo décadas de fanatismo regional con precisión quirúrgica. Enfrente, el régimen iraní, una teocracia asesina que invierte más en exportar odio que en dar agua potable a sus ciudadanos, exhibe con brutal honestidad la esencia de su política exterior: atacar civiles, sembrar terror, esconderse detrás de mujeres y niños, y, cuando puede, financiar satélites terroristas para que hagan el trabajo sucio.
La diferencia entre uno y otro no es sólo táctica. Es moral. Israel no busca venganza ni gloria. Busca neutralizar amenazas. Donde Irán dispara misiles contra barrios residenciales, Israel ataca objetivos del programa nuclear iraní, depósitos de armas, centros de mando. Donde Irán celebra mártires, Israel celebra ingenieros, pilotos, comandos, espías.
El ataque de Israel es quirúrgico, letal y devastador. Una operación invisible que dejó a los ayatollahs paralizados. ¿Qué hizo Israel? Penetró los cielos iraníes sin ser detectado, golpeó bases militares y sitios estratégicos de su programa nuclear y regresó sin bajas, y así durante los últimos seis días. Repitiendo lo hecho con Hezbolláh, Israel despedazó a la cúpula militar y política iraní, dejó a su líder solo, aunque, a diferencia de Nasrallah, Khamenei aún no fue eliminado. No es un golpe teatral. Es una demostración de poder real. Un mensaje: los vemos, los alcanzamos, los vencemos.
¿Y Hezbolláh? El tigre de papel que prometía abrir un segundo frente. No sólo no entró al juego: fue arrancado del tablero. Israel lo castigó con inteligencia, fuego y tecnología. Destrozó su infraestructura en el sur del Líbano y desactivó, sin necesidad de fanfarria, sus amenazas mediáticas.
Mientras tanto, el “Eje de la Resistencia”, esa construcción narrativa con la que Irán, Siria, Hezbolláh, los hutíes y Hamás pretendían impresionar al mundo, se desmorona. Israel dejó de jugar ajedrez con las piezas que le ponían y empezó a golpear el tablero mismo. No entra a negociar bajo chantaje, no pide permiso a potencias cobardes, y no sacrifica su seguridad en nombre de diplomacias huecas.
Este conflicto no es una guerra más. Es una lección geopolítica. Israel, acorralado por hipócritas internacionales y progresistas con banderas de colores, decidió no victimizarse. Decidió golpear primero, mejor, y en silencio. Lo que estamos presenciando no es la desesperación de un país amenazado: es la supremacía de una nación que entendió que la supervivencia no se pide. Se ejerce.
Y mientras las capitales occidentales hacen malabares retóricos para no “provocar” al régimen iraní, Israel actúa con la determinación de quien ya no tiene nada que demostrar. Porque la legitimidad no la da un Consejo de Seguridad: la da la historia. Y la historia, en este capítulo, la está escribiendo el pueblo judío.
Con drones invisibles, inteligencia artificial, operativos secretos y una brújula moral clara, Israel no sólo está venciendo al régimen iraní. Está desnudando la mentira del “equilibrio” regional, demostrando que no hay simetría posible entre quien mata por religión y quien combate para sobrevivir.
Israel no juega a la guerra. La gana.
Y el mundo, si todavía le queda algo de dignidad, debería tomar nota.
Análisis Litoral