Cuando se habla de Argentina, muchas veces el pulso del país se mide en función de lo que sucede en los mercados financieros. Las tapas de los diarios porteños, los informes televisivos y los portales de noticias parecen sincronizarse con la variación del dólar, la volatilidad de los bonos o el humor de los grandes fondos de inversión. Como si la vida cotidiana de millones de argentinos pudiera reducirse a la especulación bursátil.
Pero ese enfoque es apenas una parte de la realidad, y ni siquiera la más representativa. Detrás de la General Paz existe un país que late con otra lógica: la del trabajo genuino, la producción regional y el esfuerzo diario por sostener la vida en condiciones muchas veces adversas. Allí, la supervivencia no depende de un índice financiero, sino de la cosecha, de las economías regionales, de los salarios que se estiran hasta donde se puede y de la creatividad para enfrentar crisis que parecen no dar tregua.
Los datos lo demuestran. Mientras en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) el ingreso promedio per cápita supera en más de un 30% al del interior, la infraestructura y los servicios públicos no siempre acompañan esa ventaja. En provincias como Corrientes, Chaco o Formosa, la pobreza estructural aún roza el 40%, y en ciudades como Concordia o La Banda los índices superan ampliamente la media nacional. Ese es el país que rara vez aparece en el prime time televisivo.
El contraste es evidente. En la capital federal, donde se concentra el 40% de la recaudación nacional y gran parte de la inversión en obra pública, es más sencillo opinar desde un lugar de “confort”, muchas veces desconectado de la realidad de quienes deben recorrer kilómetros de caminos rurales para llegar a una escuela o de quienes sostienen una pyme sin acceso al crédito formal. La comodidad de los ingresos relativamente más altos les otorga a algunos sectores la falsa seguridad de que representan “la realidad argentina”, cuando en verdad conviven en una burbuja privilegiada.
El interior, sin embargo, paga un costo elevado por esa concentración. No sólo en recursos —dado que gran parte de la coparticipación se redistribuye en favor del AMBA— sino también en representación simbólica: su voz se escucha menos, sus problemas se relativizan y sus esfuerzos suelen ser invisibilizados por un periodismo que prefiere narrar la política y la economía desde la óptica de las avenidas porteñas.
La verdadera Argentina no puede reducirse a la volatilidad del riesgo país o a la cotización del dólar blue. Tampoco puede describirse desde el balcón de Puerto Madero. La verdadera Argentina es la que cada día apuesta al trabajo genuino, la que se levanta antes del amanecer para sostener una familia, la que resiste a la adversidad con creatividad y esfuerzo, la que no tiene tiempo para “divagar sobre la realidad” porque está demasiado ocupada en sobrevivirla.
Quizás el desafío más grande sea lograr que esa Argentina profunda —la que produce alimentos, energía, cultura y trabajo— deje de ser la “otra” Argentina y se convierta, por fin, en el centro de un relato que hasta ahora privilegia la mirada de quienes viven en un mundo distinto, cómodo y limitado a los márgenes de la General Paz.
Por:Alejandro Monzón para https://www.analisislitoral.com.ar/