
En un estudio de televisión acostumbrado al ritmo vertiginoso de la actualidad, a los debates intensos y a la ironía de Mario Pergolini, ocurrió algo poco frecuente: un silencio cargado de admiración. Fue el miércoles 3 de diciembre, en Otro día perdido, cuando apareció en escena el Dr. Wenceslao Moreno, neurólogo, especialista en epilepsia, cinturón negro de taekwondo… y una persona que nació con un pronóstico tan adverso que, según los médicos, apenas tenía posibilidades de sobrevivir.
Ese día coincidían dos fechas: Día del Médico y Día Internacional de las Personas con Discapacidad. Una combinación propicia, pero insuficiente para dimensionar el impacto del testimonio de Wenceslao, cuya sola presencia bastó para desarmar prejuicios, mover incomodidades y recordar que la resiliencia no es un concepto abstracto: es una forma de estar en el mundo.
Nacer contra todo pronóstico
Wenceslao contó su origen sin dramatismos, pero con una sinceridad que desarmó al panel. Nació con una parálisis cerebral secundaria a una hipoxia durante el parto, estuvo al borde de la muerte, pasó por neonatología con “minuto a minuto” como único horizonte, atravesó tres paros cardíacos y vivió sus primeros días separado de su madre, trasladado de urgencia a otro sanatorio.
Sobrevivió. Pero no intacto. La parálisis afectó sus cuatro miembros y le dejó movimientos involuntarios que hacen que incluso tareas aparentemente simples —como escribir, sostener instrumentos o coordinar movimientos finos— sean un reto permanente.
“Yo no tengo excusa, hacelo”, recordó que le repetían en casa desde chico. Una frase que le marcó la vida.
Infancia: el dolor que también forma
Hablar de discapacidad sin romantizarla implica atravesar lugares incómodos. Wenceslao no esquivó ninguno: el bullying, las burlas, los apodos hirientes como “Robocop” tras una cirugía que lo dejó meses sin caminar.
Pero también nombró lo fundamental: la conversación entre familias, la educación emocional, la capacidad de convertir el dolor en aprendizaje. “Hubo un entendimiento de qué es la discapacidad, de cómo afectan las palabras”, contó. Y sobre todo, destacó algo que suele quedar en la sombra: la batalla silenciosa de los padres, esos que sostienen, acompañan, contienen y, muchas veces, sufren más de lo que muestran.
El camino a la medicina: la lucha doble
Si estudiar medicina es difícil, hacerlo con una discapacidad física severa es un desafío que muy pocos imaginan. Y sin embargo, él no sólo lo logró, sino que enfrentó —y venció— un obstáculo adicional: la duda ajena.
Docentes que le dijeron que “no era para él”. Otros que, desde la ignorancia o la sobreprotección, intentaron disuadirlo. Pero también hubo quienes lo alentaron: un cirujano que lo ayudó a practicar suturas con un pollo, colegas que lo acompañaron en los exámenes, pacientes que confiaron en él.
Se recibió en plena pandemia, se especializó en neurología, y hoy cursa una diplomatura superior en epilepsia. Todo mientras entrena taekwondo, mantiene un físico envidiable y construye una vida en pareja: está casado hace un año y medio.
El mensaje que quedó en el aire: no todo es posible… pero lo posible es enorme
Lo más valioso de la entrevista no fue su currículum, ni su historia de superación, ni los aplausos del estudio. Fue su honestidad. Wenceslao no vende milagros. No dice “si querés, podés”. No promete que la fuerza de voluntad lo puede todo. Al contrario:
“La realidad es que no todo se puede en la vida. Y no todo sale como uno quiere.”
Pero lo que sí enseña —con su ejemplo, no con slogans— es que la adversidad no define el límite, sino el punto de partida. Que flexibilizar objetivos no es rendirse, sino madurar. Que pedir ayuda no es debilidad. Y que el humor, la disciplina y la perseverancia pueden ser herramientas tan poderosas como un médico o un tratamiento.
Lo que Pergolini y Araceli no pudieron disimular
Al final, Pergolini lo resumió a su manera: viendo a Wenceslao, uno entiende cuánto se queja sin necesidad, cuántas batallas abandona antes de empezarlas y cuánto de lo extraordinario se esconde en lo cotidiano.
Y añadió algo que quizá fue el mayor elogio de la noche:
“Este realmente lo logró.”
Mucho más que un ejemplo individual
Historias como la de Wenceslao importan porque cuestionan estructuras:
— la mirada asistencialista sobre la discapacidad,
— la subestimación permanente,
— la falta de inclusión real en universidades y empleos,
— la facilidad con que se señalan los límites ajenos en lugar de acompañar.
También importan porque muestran que la discapacidad no es un impedimento para tener proyectos, humor, carácter, deseos, enojo, objetivos claros y una vida plena.
Y sobre todo, porque nos devuelven una verdad simple y rotunda:
La adversidad no siempre se elige, pero la determinación sí.
