
Alguna vez nos prometieron que Concordia tendría un aeropuerto internacional de cargas, un motor para cambiar la matriz productiva regional, conectar nuestra economía al mundo y dejar atrás el estigma de “la ciudad más pobre del país”. Los anuncios fueron grandes, las maquetas brillantes y los discursos repletos de palabras como “desarrollo”, “exportaciones” y “futuro”.
La realidad es menos épica: el aeropuerto “Comodoro Pierrestegui” lucha para habilitar apenas vuelos sanitarios y repostaje, sin instrumental de aproximación automática. El sistema ILS —que permite aterrizajes seguros en baja visibilidad— no funciona o directamente no está operativo, y hace pocos días el único vuelo periódico debió desviarse a otra ciudad por falta de condiciones para aterrizar. Una odisea para habilitar lo básico, mientras siguen inflándose los gastos públicos sin devolución social.
El “hub logístico” del litoral, que debía integrar la producción entrerriana, uruguaya y del sur de Brasil, jamás despachó una carga internacional, nunca fue escala de vuelos comerciales regulares y es hoy un monumento a la improvisación. Una infraestructura sobredimensionada que quedó para la foto electoral, no para la economía real. Y es ahí donde la comparación duele.
Rosario inaugura un aeropuerto internacional renovado, financiado íntegramente con fondos provinciales: más de 150 millones de dólares en una pista totalmente repavimentada, balizamiento LED, mangas nuevas, ampliación de la terminal y mejoras de accesos urbanos. Rosario reabre su aeropuerto al mundo, con paracaidistas, artistas en escena y sorteos de vuelos a Madrid, Río de Janeiro, Punta Cana. Un aeropuerto que no solo funciona, sino que proyecta desarrollo real, comercio, turismo y empleo.
Su gobernador lo sintetizó así: “Tenemos el aeropuerto que nos merecemos”. Y ahí está el dilema entrerriano: nosotros también merecíamos uno. Pero en Concordia, las puertas al mundo nunca se abrieron. Ni se planificó como debía. Ni hubo gobernantes capaces de sostener un plan estratégico más allá del titular de campaña.
La falta de un aeropuerto operativo con perfil exportador no es solo un fracaso administrativo: es una oportunidad económica y social perdida para toda nuestra región productiva. Porque desde Concordia podrían haber salido arándanos y cítricos frescos a mercados exigentes; productos industriales entrerrianos hacia plataformas internacionales; carnes y pescado procesado; manufacturas regionales que hoy mueren en el intento logístico. También podríamos haber atraído inversiones, turismo, servicios y empleo de calidad.
Pero no. La falta de rumbo dejó a Concordia mirando desde la barrera cómo otros ocupan el lugar que supimos reclamar. Con legítima impotencia nos preguntamos: ¿Cuántas veces más vamos a ver pasar una oportunidad histórica sin siquiera pelearla?
¿Hasta cuándo la pobreza será excusa y no una razón urgente para cambiar la historia?
El aeropuerto de Concordia debía ser nuestra puerta al mundo. Hoy es apenas un recordatorio de lo que pudimos ser… y no nos dejaron.

