En la recta final hacia las elecciones de medio término en Argentina, el clima político se mezcla con una tensión económica latente. Es momento oportuno para reflexionar sobre ciertos diálogos que circulan en la calle, en las sobremesas y en las redes sociales, donde se confrontan percepciones, nostalgias y realidades que muchas veces parecen no querer verse.
Un ejemplo ilustra esta contradicción:
—“Con Massa estaba mucho mejor porque la inflación era alta pero yo tenía mucha plata en el bolsillo”, repiten algunos.
La respuesta no se hace esperar:
—“La gente tiene memoria selectiva y corta. Se olvida rápido de lo malo. Lo que existía entonces era una ilusión nominal: los salarios subían 5 o 6% al mes, pero la inflación real iba por el 8%. Ese desfasaje hacía que el aumento nunca alcanzara. A eso se sumaba la incertidumbre de vivir con más de 200% de inflación anual: perder la referencia de precios, no saber si lo que comprabas era caro o barato, padecer la falta de insumos básicos como medicamentos o equipos quirúrgicos, y depender de un Estado ‘Papá Noel’ que subsidiaba todo emitiendo billetes, llevando al país al borde del colapso”.
El trasfondo de este intercambio es más profundo: ¿cómo se procesa la memoria social frente a la economía? ¿Qué pesa más, la ilusión de tener billetes en el bolsillo o la realidad de una inflación desbocada que devoraba cada aumento?
La promesa de la “V”
El gobierno de Javier Milei planteó desde el inicio un camino difícil: atravesar el valle de la recesión para luego escalar en esa “V” prometida de recuperación. A esta altura del proceso, tras desregulaciones drásticas y medidas de ajuste, muchos esperan señales más claras hacia la segunda parte del plan: incentivos al consumo, programas de créditos accesibles para la vivienda y la construcción —que el Banco Nación podría liderar para forzar competencia con la banca privada—, además de políticas activas que impulsen la producción y el empleo genuino.
Ejemplos sobran en la historia: desde programas de capacitación permanente para pymes que buscan nichos de mercado hasta iniciativas como el “Proyecto Joven” en los 90, orientadas a facilitar la inserción laboral. Sin estas palancas, la recuperación corre el riesgo de quedar a mitad de camino.
Entre la ilusión y la realidad
El gran dilema sigue siendo el contraste entre dos modelos:
- El pasado reciente, con salarios que parecían crecer pero se evaporaban en góndolas y tarifas subsidiadas que escondían un déficit insostenible.
- El presente, con un ajuste feroz que ordena las cuentas, pero todavía no logra encender la chispa de la recuperación.
La reflexión de fondo es inevitable: a días de votar, los argentinos deberán decidir si priorizan la ilusión de un pasado con billetes en el bolsillo o si apuestan por un futuro que aún exige paciencia y disciplina, pero que promete dejar atrás la trampa inflacionaria.
Lo cierto es que ni la memoria selectiva ni los relatos de ocasión alcanzan. La discusión que se impone es cómo transformar la austeridad en oportunidades y cómo asegurar que, después del sacrificio, la curva ascendente de la “V” no sea solo un gráfico en los discursos, sino una realidad palpable en la vida cotidiana.
Alejandro Monzón para https://www.analisislitoral.com.ar/
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