Sergio Massa: el consenso que fabrican las encuestas y el silencio sobre su herencia política
En medio del proceso de reconfiguración del peronismo tras la derrota electoral de 2023, comenzó a instalarse —otra vez— un relato conocido: Sergio Massa como el dirigente con mayor consenso transversal, capaz de unir peronistas y no peronistas, y señalado por encuestas como el actor central de la oposición con proyección hacia 2027. Sin embargo, detrás de ese diagnóstico repetido en comunicados y análisis interesados, se esconden omisiones claves que merecen ser revisadas.
El mismo Sergio Massa que hoy es presentado como “articulador silencioso” fue, hasta hace pocos meses, ministro de Economía del gobierno que dejó una inflación anual superior al 200%, reservas negativas, cepo cambiario reforzado y un acuerdo con el FMI incumplido. La crisis económica que atraviesa el país —y que algunos analistas afirman que Massa “había anticipado” si ganaba Javier Milei— fue, en gran medida, administrada y profundizada por su propia gestión.
Tras perder las elecciones presidenciales, Massa optó por un repliegue táctico. No por autocrítica pública, ni por rendición de cuentas ante la sociedad, sino por una estrategia clásica del peronismo: correrse del centro de la escena para dejar que el desgaste lo pague otro, mientras se preserva como prenda de unidad interna. El silencio, en este caso, funciona como escudo político.
Se lo presenta como una figura de peso por su experiencia y por sus vínculos internacionales con potencias como Estados Unidos, China, Brasil y México. No obstante, durante su paso por el Ministerio de Economía, esas relaciones no se tradujeron en inversiones estructurales, estabilidad macroeconómica ni mejora del poder adquisitivo, sino en parches financieros de corto plazo, swaps condicionados y endeudamiento creciente.
Las encuestas que hoy lo ubican como el dirigente peronista “con mayor consenso” tampoco explican un dato central: Massa perdió una elección presidencial aun concentrando el aparato del Estado, el respaldo del oficialismo, los gobernadores y buena parte del sindicalismo. Ese antecedente relativiza cualquier lectura triunfalista sobre su supuesta fortaleza electoral futura.
En la interna peronista, Massa aparece más como un factor de equilibrio entre tribus que como un líder con capacidad real de renovación. Su figura no representa una ruptura con el pasado reciente, sino todo lo contrario: es parte constitutiva del ciclo político que llevó al peronismo a su peor derrota frente a una opción antisistema.
Pensar a Sergio Massa como la principal carta para 2027 implica asumir que el peronismo no está dispuesto a revisar sus errores, ni a ofrecer una alternativa distinta a la que ya fue evaluada —y rechazada— por la mayoría del electorado. Más que un constructor del futuro, Massa parece ser el último administrador de un modelo político agotado, sostenido por encuestas, operadores y un relato que evita hablar de responsabilidades concretas.
En definitiva, el consenso que hoy se le atribuye a Sergio Massa no surge de la calle ni del bolsillo de los argentinos, sino de una narrativa cuidadosamente construida para mantenerlo vigente. El problema es que la memoria social, aunque a veces silenciosa, no suele ser tan frágil como suponen los estrategas políticos.
