“Es todavía escaso el conocimiento del que disponemos –a nivel mundial– sobre aquellos cocodrilos que correteaban entre las patas de los dinosaurios”, afirma el Dr. Fernando Novas. “Los cocodrilos jurásicos que habitaban tierra firme no superaban el tamaño de un gato doméstico y, a diferencia de sus temibles primos marinos, su dieta se basaba en pequeños invertebrados. Nada conocíamos en Sudamérica de esos diminutos cocodrilos habitantes de charcos y lagunas, hasta que dimos con los restos del Burkesuchus”, señala el paleontólogo.
Hallazgos paleontológicos en Aysén
En cercanías de Mallín Grande, Aysén, existe un formidable yacimiento fosilífero de reptiles jurásicos con una antigüedad aproximada de 148 millones de años y con difícil acceso para los exploradores. Al rememorar el momento del descubrimiento del Burkesuchus mallingrandensis Marcelo Isasi, técnico del LACEV recordó: “El primer día de prospección fue realmente inolvidable. Después de subir con los caballos y atravesar grandes extensiones de hielo donde los animales se hundían de golpe hasta la panza, nos pusimos a buscar fósiles en los asomos rocosos. Estábamos muy entusiasmados ya que en un área de no más de 100 metros de largo dimos con varios esqueletos articulados de Chilesaurus. De repente Federico Agnolín, investigador del LACEV y de la Fundación Azara, gritó “¡encontré un cocodrilo!”, y todos salimos corriendo hacia él. Cuando llegamos vimos que se trataba de diminutos huesos expuestos en la superficie de la roca”.
El hallazgo del esqueleto del cocodrilo fue seguido de una sorpresa aún mayor cuando el mismo Agnolín, excavando con maza y cinceles alrededor del fósil, quebró un fragmento de roca y vio la parte posterior de un cráneo muy bien preservado.
Durante aquella expedición, la geóloga Rita de la Cruz tenía la esperanza de descubrir un dinosaurio diferente del ya conocido Chilesaurus, y no imaginó que la gran novedad sería aportada, esta vez, por un cocodrilo. “Cuando terminó el día de trabajo, Federico se me acerca y me susurra: ‘encontré un cocodrilo’. Yo me quedé sin palabras ya que como geóloga no sabía la trascendencia que esto podía tener. Pero Federico estaba muy emocionado y como buen paleontólogo, sabía que su descubrimiento era muy importante. Ahora, varios años después, por fin, el cocodrilo sale a luz y brilla por sí mismo, alumbrando aún más el conocimiento de la fauna de fines del Jurásico”.
Una vez extraídos los bloques de roca conteniendo los fósiles, se los envolvió adecuadamente para su transporte. Fueron clave la habilidad y destreza de los baqueanos para trasladar a buen resguardo los ejemplares fósiles que los paleontólogos colectaron en lo alto de la montaña. Una vez terminada la travesía, los bloques de roca fueron transportados a Santiago de Chile, y luego de contar con los permisos necesarios, pudieron ser transportados al Museo de Buenos Aires para su preparación y estudio.